jueves, 4 de diciembre de 2014

Una habitación propia, para leer y escribir

Llevaba tiempo intentando hincarle el diente a Una habitación propia de Virginia Woolf (Londres, 1882) y he de reconocer que no me ha decepcionado. La capacidad de Woolf para crear imágenes y transmitir sentimientos está tan intacta como en sus novelas. Es cierto que el ensayo no es mi género favorito, pero, en esta ocasión, la forma no ha sido un obstáculo para que el mensaje calara en mí hondamente.

El mensaje del libro es bien directo, sólo hace falta recurrir al título para responder al interrogante que Woolf se plantea desde el primer momento: ¿por qué hay más hombres escritores que mujeres? Porque las mujeres no tienen una habitación propia ni una renta fija que les permita dedicarse a la escritura. Escribir es un proceso que requiere un cierto poso intelectual. Leer, leer y leer.

El otro día, curioseando el blog de Mystery Moor, a quien muchos conoceréis por su divertida retransmisión en Twitter de su lectura de Cincuenta sombras de Grey, me reía al leer, sobre la serie "Sexo en Nueva York": "For someone who makes a living as a writer, Carrie appears to read remarkably litter" [Para ser alguien que se gana la vida escribiendo, Carrie lee bastante poco]. Para escribir hay que leer y para leer con tranquilidad es necesario disponer de tiempo y espacio propios. Ese es el mensaje de Woolf.

I’m totally writing this post in the same position as Carrie. Mystery Moor

A lo largo de todo el libro, nos acompaña un original personaje que ella misma crea: la hermana de William Shakespeare. Al igual que su hermano, la versión femenina de Shakespeare también se siente inclinada hacia la literatura. Al igual que él, se escapa de casa, no sólo para probar suerte en Londres, sino porque su padre planeaba casarla con alguien que la horrorizaba. El problema es que, al contrario que su hermano, que en seguida pudo ganarse la vida como hombre independiente, hacer carrera en el teatro y, finalmente, alcanzar su sueño de ser uno de los dramaturgos más universales de la historia de la literatura, la hermana de Shakespeare se va topando con diferentes obstáculos que la impiden alcanzar su sueño.

No digo que las mujeres hoy lo tengamos tan difícil como lo tenían allá por el siglo XVII, ni tan difícil como lo tenía Woolf, pero, ¿acaso nuestros salarios no son más bajos, independientemente de la profesión que elijamos? ¿Acaso la sociedad no nos empuja a malgastar gran parte de nuestro tiempo y energías en "ponernos guapas"? ¿Acaso no sigue siendo algo generalmente aceptado que los hombres tenga tiempo "para ellos" y puedan salir con los amigos, ir a ver el fútbol o hacer lo que les dé la gana, mientras que las mujeres con familia que hacen lo mismo siguen siendo criticadas?

Woolf nos anima no sólo a hacernos con una habitación propia y con una renta básica que nos permita mantener nuestra independencia respecto a los hombres, sino que al mismo tiempo nos empuja a vivir la vida plenamente, podamos o no contarla en un libro, que bebamos vino y pisemos el césped (algo vetado a las mujeres de su tiempo), que amemos a otras mujeres si es que es eso lo que sentimos. Que leamos, que nos leamos entre nosotras y que hagamos que los hombres nos lean, que nos neguemos a ser meras protagonistas de las historias contadas por hombres. Porque mientras los hombres nos discuten y nos inventan en sus novelas, nos encadenan y limitan en nuestras vidas reales.

El mensaje de Woolf resulta inspirador, pero, al mismo tiempo, resulta imposible no sentir un cierto pesimismo ante los objetivos que relata. Hoy las mujeres podemos instruirnos y hasta escribir si queremos. Pero, ¿de qué sirve? Cada semana veo un programa en una cadena española llamado "Página Dos", dedicado a la literatura. En lo que va de temporada, unas cinco o seis entregas aproximadamente, sólo uno de los entrevistados ha sido una escritora. Eso sí, en ese programa se hizo todo un monográfico de la mal llamada "literatura femenina", como queriendo restringir la producción literaria de las mujeres a la mera anécdota y, lo que es peor, al mero producto con etiqueta rosa sólo para mujeres.

Habrá que seguir peleando.

Os dejo unas cuantas citas por si os sirven de inspiración.

Cuanto podía ofreceros era una opinión sobre un punto sin demasiada importancia: que una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas; y esto, como veis, deja sin resolver el gran problema de la verdadera naturaleza de la mujer y la verdadera naturaleza de la novela.
¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué era un sexo tan próspero y el otro tan pobre? ¿Qué efecto tiene la pobreza sobre la novela? ¿Qué condiciones son necesarias a la creación de obras de arte?
 ¿Tenéis alguna noción de cuántos libros se escriben al año sobre las mujeres? ¿Tenéis alguna noción de cuántos están escritos por hombres? ¿Os dais cuenta de que sois quizás el animal más discutido del universo?
 Ni el más fugaz visitante de este planeta que cogiera el periódico, pensé, podría dejar de ver aun con este testimonio desperdigado, que Inglaterra se hallaba bajo un patriarcado.
 En realidad, si la mujer no hubiera existido más que en las obras escritas por los hombres, se la imaginaría como una persona importantísima; polifacética: heroica y mezquina, espléndida y sórdida, infinitamente hermosa y horrible a más no poder, tan grande como el hombre, más según algunos. Pero ésta es la mujer de la literatura. En la realidad, como señalaba el profesor Trevelyan, la encerraban bajo llave, la pegaban y la zarandeaban por la habitación.
¿No hay ningún hombre presente? ¿Me prometéis que detrás de aquella cortina roja no se esconde la silueta de Sir Charles Biron? ¿Me aseguráis que somos todas mujeres? Entonces, puedo deciros que las palabras que a continuación leí eran exactamente a éstas: "A Chloe le gustaba Olivia..." No os sobresaltéis. No os ruboricéis. Admitamos en la intimidad de nuestra propia sociedad que estas cosas ocurren a veces. A veces a las mujeres les gustan las mujeres.
La fascinación de la calle londinense consiste en que nunca hay en ella dos personas iguales; cada cual parece ocupado en algún asunto personal y privado.
La libertad intelectual depende de cosas materiales. La poesía depende de la libertad intelectual. Y las mujeres siembre han sido pobres, no sólo durante doscientos años, sino desde el principio de los tiempos. Las mujeres han gozado de menos libertad intelectual que los hijos de los esclavos atenienses. Las mujeres no han tenido, pues, la mejor oportunidad de escribir poesía.
De modo que cuando os pido que ganéis dinero y tengáis una habitación propia, os pido que viváis en presencia de la realidad, que llevéis una vida, al parecer, estimulante, os sea o no os sea posible comunicarla.

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